El cuento que da título al volumen narra, en efecto, una reunión de asociados a una de esas organizaciones de aficionados a la pesca, pero la esencia de la que trata el debate no son las virtudes de una caña o la fabulosa picada en un embalse, sino las prácticas no precisamente deportivas que permite la posesión de un carné de afiliado, y las atribuciones de control de una asociación civil sobre la membresía, de cuyas cuotas de afiliación subsiste. En el cuento chino “Zhōngguó gùshì 6”, que precede a “El club de los pescados muertos”, la insistencia en comprar la ensarta de tilapias que lleva un transeúnte desencadena una agresión, mas no alcanza la trascendencia de la historia que después del debate en el club cuenta el sabio Zheng a su amigo Han en el séptimo cuento “chino”, mostrando las sutilezas de una erosiva e inamovible burocracia.
Trae también El club de los pescados muertos historias de pesquerías, como aquella a bordo del Ginetta un día de torneo, o el modo harto arriesgado en que se las arreglan tres buenos nadadores del río Santana para capturar un gran tiburón y vender la carne a sus vecinos. En otros relatos, la pesca no pasará de ser una expectativa desencadenante, como las ofensas gratuitas de unos borrachos pueblerinos en “El hombre de los limones”, o las advertencias policiales de “No es lo mismo”, o en el desenlace metafórico de “Abducido”, o en la decisión del reportero Jesús de dejar la emisora y dedicarse a pescar para sobrevivir en un período de carencias, o en el tenso encuentro amoroso que culmina “Sirenas”, tras el conflicto que acarrea a un pescador de vara y carrete su falta de habilidad en el manejo del avío.
Anécdotas, en suma, de tiempos y espacios percibidos en la realidad, si bien traídos a estas páginas con la imaginación y el sentido crítico que el arte de contar demanda en estos tiempos.
VÍDEO
Del intelecto de los peces (o algo por el estilo)
Si acaso cuatro años llevaba el Cristóbal Colón disfrutando su almirantazgo y el escozor que obsequia la notoriedad, cuando a la abadesa del convento inglés de Saint Albán se le ocurre recoger en un texto de límpida y ordenada lectura el saber que aquellos pescadores de domingos, cuaresmas, primaveras y veranos solían transmitirse quién sabe desde cuándo en los mesones y tabernas del país, o bien mientras cortaban el heno de sus prados o desvestían de lana alguna oveja.
Lectura afortunada habrá sido la obra de la señora Juliana Berners, que todavía hoy arrastra fama e imitadores. Al correr del tiempo y en la propia tierra en que Shakespeare fundaba una literatura, Izaak Walton competía la longeva fama de las inspiradas tragedias de su coterráneo con un texto que habría de convertirse en un clásico de las técnicas haliéuticas. En 1653 apareció la primera edición de The compleat angler y su feliz autor vio salir de las prensas otras seis tiradas, de las más de cuatrocientas que habrían de seguir hasta el minuto en que nos hacemos este comentario.
Más importante que el halago que Unamuno haría de Walton sería la vocación que escribas ibéricos mostrarían al tema. Probablemente debido al trasiego de visitantes por el Camino de Santiago, España se enteró de aquellas lecturas sobre artes de pesca y tuvo, como tuvo a Cervantes, autores tan precoces para sus propios manuales de montar moscas, notorios entre los primeros en la lengua los Diálogos de Fernando Basurto, impreso en Zaragoza en 1539 y el célebre manuscrito de Juan de Bergara o Manuscrito de Astorga, escrito en la ciudad de este nombre en el año 1624. Viendo tan cultos empeños dedicados al simple arte del anzuelo y la cuerda sobre el agua, habrá que preguntarse cuál ciencia profunda logrará explicar cómo es que siglos tan tarde pudo alguno, en isla esta tan iluminada por la civilización y la Historia, manifestar abiertamente un exabrupto tal:
― Aquí lo que hace falta es pescar, no tanto intelectualismo.
Y hallado tal razonamiento coherente con otras muestras de nuestra divinizada modernidad, surge sin mayor empeño este conjunto de relatos. Sucede que El club de los pescados muertos (Ismael León Almeida, 2020) es un libro de ficciones de pesca. ¿Lo es o simula serlo? Han de descubrirlo los lectores, decidir si lo que entrega el narrador de «A bordo del Ginetta» es la crónica de un día de competencia o hay un subtexto que de manera sutil busca ser diferente a otros discursos complacidos del momento.
Ajenos por igual a la conveniente y generalizadora imagen de la época, el submundo que muestra su rostro en la madrugada alcohólica de «El hombre de los limones», o aquella trastienda de la sonriente claridad cotidiana que sugieren las sospechas y desconciertos del bloguero de «Abducido». Sin perder la afinidad temática, incluso al saltar sobre raras intercalaciones, llegará el lector a la nota erótica de «Sirenas», como una muestra de las potencialidades del ambiente escogido como escenario narrativo.
Como un parte aguas entre los cuentos más extensos y narrativamente estructurados, siete «Cuentos chinos», ficción de ficciones, hallazgo de planos alternativos de expresión que convocan la sonrisa entendida, bien sea que Zheng o Han le parezcan demasiado familiares al lector del país, o a que las desarrolladas tecnologías de la información hayan globalizado este mundo nuestro hasta el límite más íntimo. En todo caso, El club de los pescados muertos tal vez habría sido un conjunto de crónicas de pesca, de no ser por el hecho de que los complicados perfiles de la existencia humana siempre hallan el modo de hacerse visibles. Con suerte, los lectores no tardarán mucho en poder comprobarlo.
EL AUTOR
El escritor cubano Ismael León Almeida (San Nicolás de Bari, 1953) ha dedicado unas tres décadas al periodismo y la investigación, con saldo hasta el día de cuatro libros impresos, un blog sobre pesca recreativa y su contribución a la fundación de la revista Bitácora (1999-2002), dedicada a la náutica recreativa cubana. Reportes de sus indagaciones han sido expuestos por este autor en diversos eventos teóricos y certámenes, entre los cuales menciona por su regularidad y extendida participación los Coloquios Internacionales Ernest Hemingway de La Habana, en los cuales fue ponente habitual desde 1997 a 2015.
Tras considerar cumplidas sus expectativas en las mencionadas líneas de trabajo, asume la creación literaria como objetivo largamente aplazado por los anteriores compromisos, de cuya actual perspectiva hace publica la muestra inaugural en el sitio de internet «Atribuciones, blog de letras» (https://atribucionesblogdeletras.blogspot.com). Narrativa, poesía y ensayo resulta entonces el nuevo instrumental expresivo del escritor, cuyo primer libro de cuentos, EL CLUB DE LOS PESCADOS MUERTOS, ha sido aceptado como proyecto de publicación por Ediciones El Drago, de España.
Las obras de Ismael León Almeida publicadas previamente han sido el reportaje biográfico Polo, cantor de la montaña(2003), dedicado al músico cubano Fernando Borrego Linares; le siguieron tres obras enfocadas en documentar la afición a la pesca en su país: Pesca deportiva cubana. Historia y tradición (2008), Técnicas y peces del aficionado cubano (2014), y El torneo cubano de Ernest Hemingway, presentado en la XXVII Feria Internacional del Libro La Habana 2018 por su prologuista, el Dr. Douglas E. LaPrade, catedrático de la Universidad de Texas – Rio Grande Valley. De los proyectos correspondientes a estos estudios se hallan pendientes de publicación el título «¿Pescadores filipinos en La Habana? (Respondiendo a Hemingway)» y un ensayo acerca de la afición a la pesca del mencionado escritor estadounidense y el tratamiento del tema en su narrativa de ficción y el periodismo.
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