FUERTEVIENTOS es un pueblo en mitad de la nada, en cualquier parte de un territorio que podría pertenecer a esa España que sigue siendo profunda. Tiene la peculiaridad y la desgracia de que un viento muy pesado, que no deja de resecar cerebros, se empadronó allí en tiempos de los moros y cristianos. Desde entonces, participa de la vida del pueblo como uno más. Como consecuencia de la erosión incesante de éste fenómeno, todos sus habitantes han tenido que someterse a su voluntad y adaptarse a sus antojos. También, de esta relación entre este aire cabreado y los hombres y mujeres de este pueblo, han salido cosas buenas: una lengua autóctona, “El lenguaje de los pájaros”, inventos muy útiles para poder convivir con ese dichoso fenómeno metereológico, “Las Plomadellas y Cigafundas” y se ha ido forjando un carácter en sus habitantes, fuera de lo normal.
«Las palabras de cada cuento, están impresas en tinta negra y coloreadas con las ilustraciones del autor»
«Cuanto más leo estos cuentos y las historias que viven sus personajes, más pienso que, en el fondo, este viento llamado Mondadientes, representa mi resignación y la de muchos ante el azote que sufrimos cada día con los medios de comunicación, los políticos, el petardo de turno que no para de hablar y los problemas globales a los que nos enfrentamos con resignación e impotencia.»
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Hoy ya no voy al cole
Suena “Cuando ya no esté” del rapero Nach. Es el tono de móvil que tengo para el despertador. Llevo toda la noche medio dormido, esperando oírlo. Las siete y media. Abro los ojos. El primer pensamiento que tengo es: Llegó el día.
Y la primera imagen que me viene a la cabeza son las escaleras empinadas del garaje de esta casa. Me entra el acojone. Es un miedo diferente, intenso, me paraliza el cuerpo como si me lo hubieran anestesiado. No será nada fácil, ¿Lo sabes no? Lo sé, me digo removiéndome en la cama. Espero no cagarme al final. Rápido será pero, ¿doloroso?. Pese a todo, estoy decidido. Me alivia saber que hoy toda esta mierda se acaba. Ya no podía más. Y, encima, las ralladas de mamá cada mañana que no se entera de la película: «Víctor, haz el favor, levántate que llegarás otra vez tarde al cole». «Hijo, eres la novedad, más tarde o temprano se acabarán cansando de ti. Anda, vístete».
Pero hoy mamá no va a entrar a sacarme de la cama, no me va a comer la oreja. Hoy no, porque me he levantado antes para dejar todo listo. En camiseta y calzoncillos, estiro la colcha y recojo toda la ropa del suelo —debajo de la cama descubro, dentro de un calcetín y envuelto en papel de plata, un sándwich aplastado de mantequilla y azúcar—. Seguro que alucina cuando vea cómo ordené los zapatos y la ropa dentro del armario. También dejo el sobre entre las camisetas, no vaya a entrar de sorpresa y me pille la carta antes de tiempo. Importante: borro las fotos y videos porno del móvil que, por cierto, es nuevo del cumple y le servirá a Martita mi hermana cuando le dejen mis padres usarlo. Creo que está todo. Poca cosa más se puede ordenar en esta habitación blanca tan aburrida: una silla de Ikea, una mesa de Ikea, un flexo de Ikea, un armario empotrado de Ikea y una estantería de Ikea con tres libros que podrían ser también de decoración del Ikea que hay en nuestra ciudad, no como en este pueblo de mierda que no tiene Ikea ni nada. Es como si estuviéramos de paso. Como si ni mamá ni yo quisiéramos estar mucho tiempo aquí. Por eso todavía no ha colgado las cortinas, ni los cuadros, ni abierto muchas cajas apiladas en el garaje. Por eso yo tampoco he colgado ningún póster en la pared. Al final, la habitación se quedará igual de vacía, como si yo no hubiera estado nunca.
Antes de bajar a la cocina a darle los últimos buenos días a mi madre y a Martita, paso por el baño para hacer un pis sentado —no me gusta regar el suelo y las paredes—, me visto como si fuera al cole y me peino un poco mojándome el pelo con la mano. Esta vez no voy a perder el tiempo duchándome o afeitándome la pelusilla del bigote.
Mamá se extraña al verme aparecer en la cocina, listo para ir al cole, con la mochila de skater que me regalaron por mi cumple. Hoy me ahorro la batallita diaria, habrá pensado. Pero no ha dicho nada, me ha recibido con un «Este es mi chico» y, tras secarse las manos con un trapo, me ha dado un beso largo de los suyos cuando me he acercado a darle los buenos días —suerte que no se ha dado cuenta de lo que me tiembla el cuerpo—. Ella desayuna de pie su tazón de leche con muesli mientras hace cien cosas a la vez. No puede estarse quieta. Ahora debe estar haciendo la cena o la comida de mañana porque la encimera está llena de cazos y sartenes haciendo chup chup y toda la casa huele a cebolla. Tampoco le quita el ojo al reloj de pared. En unos minutos se meterán dentro de esas horrorosas faldas cargadas de plomos que hay colgadas en la entrada (un invento pueblerino para evitar que el viento se lleve a la gente por los aires), luego dejará a Martita en el parvulario y ella se irá a trabajar a la biblioteca convencida de que es un día cualquiera.
Martita, vestida con el chándal verde del cole, está sentada en su elevador de madera, colgado de la mesa. Qué graciosa, ya sabe llevarse a la boca el cucharón cargado de cereales remojados en leche, aunque todavía la mitad del contenido acaba en el babero.
—Papá está arriba en la cama. Ha estado toda la noche con cagarrinas. Debe ser una gripe intestinal —me dice mamá, como si me estuviera hablando del tiempo, a la vez que me prepara uno de sus estupendos biquinis en la sandwichera.
A mi padre le destinaron aquí, a Fuertevientos, de director de la sucursal bancaria, hace seis meses, y tuvimos que dejar nuestra ciudad y a mis amigos y venir a este maldito pueblo. Total, para encima verle menos que antes: De lunes a viernes llega tarde del trabajo y los fines de semana se monta alguna cacería.
—Pero… ¿No irá al trabajo? —le pregunto totalmente semao, pensando que esto me puede fastidiar los planes.
—No creo, lo veo muy pachucho. Luego llamaré al banco para avisar de que no irá —dice mi madre, antes de meterse la cuchara de madera en la boca para probar el sofrito—. Luego me escaparé del trabajo para venir a ver cómo está.
Ostras, lo que faltaba, mi madre apareciendo de sorpresa. Pero tiene que ser hoy, no pienso volver al cole nunca más, me digo decidido. Además, mi padre estará dormido y si bajo al garaje sin hacer ruido, no se enterará. Pero tendré que hacerlo justo cuando ellas se vayan.
Me siento a la mesa junto a Martita y le doy un beso, el mejor y más intenso que le he dado desde que somos hermanos. Mamá nos mira sonriendo y me deja delante el sándwich en un plato y un vaso frío de leche. Mi desayuno favorito. Pero no me apetece, siento un cosquilleo raro en el estómago, como de vértigo. El cuerpo, cada vez me tiembla más. El corazón me va como una moto.
Mientras mamá nos hace un bocadillo para el recreo y Martita se bebe la leche que queda en su tazón del Rey León, yo me quedo observándolas, callado delante del sándwich frío. El cielo está tan azul como los cielos que pinta Martita con los rotus. Es la primera vez que me fijo en cómo se cuela por la ventana toda la luz de la mañana. Cómo sus rayos de oro se enredan en su pelo y las convierte en la reina y la princesita de un cuento.
Cómo las quiero y las querré.
Ahora mismo necesitaría un abrazo de mamá, de esos suyos largos, pero está liada. Últimamente me da más porque dice que me encuentra triste. «Ánimo, ¿me oyes?, ya verás como acabas echándote amiguitos», me dice apretándome fuerte contra su pecho. «Ya me gustaría mamá, pero nunca me aceptarán como uno de ellos. Es lo que demuestran a diario. Yo no hablo su lenguaje de los pájaros, yo no sé hacer esos trinos con la garganta, ni les entiendo cuando hablan entre ellos, ni tengo el cerebro como un queso gruyere por ese coñazo de viento que les entra por las orejas, les seca el cerebro y les sale por la nariz y por el culo. ¡Les odio!» Es lo que pienso, pero no se lo digo más porque ya se lo he dicho unas dos mil veces y de nada serviría quejarse en el cole porque allí nadie puede con El Jaro y su pandilla. Tampoco les conté todo porque me dijo el Jaro que si me chivaba me matarían. Como lo de obligarme a chuparles la polla en los baños o beberme su orina. Como las bromitas, los insultos, las pedradas, las collejas a todas horas. Seguro que si lo supiera papá, le hubiera dado una buena paliza a ese energúmeno y a los subnormales de sus amiguitos.
Pero ahora ya da lo mismo. Está visto que el único que puede arreglar esto soy yo.
Cuando se vayan mamá y Martita, bajaré al garaje, aunque papá esté en casa y tenga que oírlo. Sé dónde guarda su escopeta de caza. Nunca me la dejó coger. Imagino que pesará, pero creo que conseguiré cargarla y disparar con los dedos del pie. Lo vi en un video de Youtube.
Ya verás el chasco que se lleva el Jaro cuando vea que hoy no he ido al cole.
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AUTOR
FUERTEVIENTOS es la opereta prima de SirAngelot (Ángel Herráiz), un humilde caballero de a pie nacido en Madrid en 1965. Es el fruto de cuatro años de iniciación, de templar egos, de depuración y de aprendizaje en la escuela de escritura del Ateneo de Barcelona. Este primer libro es un recopilatorio de moratones por las caídas y frustraciones y, también, de buenas energías y obsesiones por acabar lo empezado. Estos trece relatos son la condensación de un estilo que se ha ido macerando todo este tiempo. Han sido cocinados con todos los ingredientes naturales de su autor: su humor, sus heridas, su vivir en otros mundos.
Ángel fue, en su otra vida, creativo publicitario y hoy es otra clase de cuentista, pinta cuadros y trabaja en innovación social (Redsalmons).
LAS RECOMPENSAS
+ E-Book
+ Nombre del mecenas en las páginas de cortesía
+ Libro físico
+ Dibujo firmado por el autor
QUIÉNES SOMOS
Ediciones El Drago pretende situar al lector y al autor en el centro del proceso editorial. Para ello nos servimos del sistema de financiación colectiva o crowdfunding, que nos permite apostar por los escritores en los que creemos.
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