Desde que en 1999 se celebró el primer encuentro poético en Moguer, Voces del Extremo no ha dejado de generar lugares, espacios, zonas autónomas en las que más allá de las palabras se ha defendido con el cuerpo, con la presencia, con la estancia, principios éticos y estéticos como la libertad, la solidaridad, la cooperación y autogestión que, 20 años después, siguen siendo la naturaleza última de una forma de entender la vida y el hacer poético. Como siempre ha sostenido el poeta Antonio Orihuela, uno de sus fundadores, Voces pretendió, desde sus orígenes, hacer aflorar discursos y prácticas que estaban invisibilizadas, no sólo en poesía, y hacer frente con ellos y desde ellos al discurso dominante, siempre favoreciendo un sistema de relaciones sociales antiestatistas, antijerárquicas y antiautoritarias.
Situadas en los extremos del campo literario español, las diversas propuestas poéticas que conforman de Voces del Extremo han cuestionado y siguen cuestionando el discurso poético oficial y sus ramificaciones, lo que les ha supuesto el silenciamiento institucional y de los medios de comunicación, el alejamiento del canon (y de las editoriales que lo sostienen), y el desaire académico.
EXTRACTO DE LA INTRODUCCIÓN
Quizás la aseveración más conocida de T. Adorno, la que más se popularizó en su momento, la que más ha calado en el discurso crítico, sea la tan repetida “Escribir después de Auschwitz es un acto de barbarie”. La monstruosidad del Holocausto, su aliento fétido, el rostro moribundo en blanco y negro de millones de asesinados y el colorido silencio de miles de ciudadanos europeos sigue siendo la mayor herida de un siglo XX (de la historia de Occidente, podríamos afirmar) que debiera ser imposible de olvidar, y sin embargo parece que las cenizas del tiempo son capaces de cubrir silenciosamente el oprobio y la vergüenza, de suavizar la tragedia, incluso posibilitando la revisión, la duda, la mentira.
Claro que aquí siempre es muy fácil echarle la culpa al tiempo, que ni tiene cara ni sabemos dónde está, escondiendo así que somos los propios ciudadanos, la propia colectividad, la que permite que las instancias del poder hagan con la historia, con el relato de nuestro devenir, con nuestra memoria compartida, lo que buenamente les parezca. No estamos, desde luego, descubriendo la pólvora. A estas alturas del siglo XXI y después de Foucault, Chomsky, Well, Bourdieu, Arendt o Zizek, por citar unos pocos, sabemos muy bien quiénes son los que están tirando los dados, quiénes juegan con nuestro destino y quiénes deciden cuáles deben ser nuestras condiciones de vida, generalmente porque se lo hemos permitido nosotros. Probablemente por eso ha sido posible no sólo seguir escribiendo, sino seguir viviendo después del Holocausto, después de tantos otros holocaustos, de tanto sufrimiento. A lo largo de los siglos hemos sido capaces como especie de lo mejor y de lo peor, y también hemos sido expertos en el arte del olvido. Es cierto que el cerebro humano está diseñado más para olvidar que para retener información. No podemos vivir recordándolo todo, nuestro cerebro no es un disco duro, pero no podemos superar la tragedia colectiva o las heridas de la historia haciendo tabula rasa. En España lo sabemos muy bien. Sabemos que no debemos olvidar, porque nunca se puede, pero también que se hará lo posible por hacerlo.
También el olvido o la desmemoria programada hace que podamos quedar estupefactos cuando asistimos a la retransmisión de la recuperación del cadáver del pequeño Aylan, un niño sirio de tres años ahogado en una playa de Turquía que se convirtió en el símbolo de la abyección de una guerra desproporcionada, como si fuera imposible el sufrimiento de los niños. “¿De verdad que esto es posible, de verdad esto está pasando?”, nos preguntábamos mientras comíamos tranquilamente en nuestros hogares. La televisión, la prensa e internet recogieron el suceso y lo mostraron en toda su crudeza. Meses después nadie se acordaba de esa imagen, absortos como estábamos con las prestaciones del nuevo iPhone, con las actualizaciones de nuestras vidas digitales, tan cómodas y divertidas. Igualmente este olvido nos ha permitido seguir escribiendo y viviendo mientras miles de personas que huían de sus países de origen desaparecían y desaparecen bajo las aguas del Mediterráneo por haber intentado alcanzar una costa mejor, una vida mejor.
La cuestión que planteaba Adorno es bien sencilla y, desde nuestro presente, más pertinente que nunca. Si somos capaces de seguir como si nada después de semejante genocidio (de cualquier genocidio), si podemos seguir almorzando y contemplando la desolación en los mares día tras día, si aceptamos que el poder condicione lo que podemos recordar y lo que no, entonces habremos llegado a una situación de barbarie. Lo cual nos lleva a otro asunto no menos importante, esto es, en un contexto como el que estamos describiendo, cómo podría una gran mayoría de ciudadanos pensar en estos términos, o lo que es lo mismo, cómo se puede hablar de barbarie, o definirla o denunciarla, cuando se desconocen los episodios más funestos de la historia, cuando se dispone de datos sesgados y relatos manipulados o cuando el sujeto contemporáneo es más individualista que nunca y está más entretenido y distraído que nunca. Por eso es tan importante seguir escribiendo después de la tragedia, de cualquier tragedia.
Escribir contra el olvido de cualquier desastre como materialización posible de nuestra condición humana. Escribir para recordar lo que fuimos, como escribe Crespo Massieu en su poema “Lo que permanece” (Alba Rico, 2014: 25-27):
Se diría tan lejano
como si casi no hubiera sucedido
como si el polvo de las horas grises
secara la audacia la nieve o palabras
encendidas la incesante lluvia del amanecer
el instante del No multiplicado
Como si hubiera sucedido
y ya no fuera
Pero permanece
(y habla)
Cómo olvidar el hueco por el que fuimos
heridos la interrupción el costurón de la historia
el segundo suspendido el vacío
que fue multitud
acuerdo unánime diferencia
lo no dicho por tantas voces
el discurso roto la ausencia la espera
la escucha y su temblor
(la acción y el grito)
Cómo olvidar
que fuimos
Hilvana memoria y silencio
tira despacio del hilo
aguza el oído
para no olvidar
que fuimos
Para ser mañana
(como ahora somos)
el hueco que hicimos.
EL AUTOR
José María García Linares nació en Melilla en 1977. Filólogo y doctor por la universidad de Granada, imparte clases en la Comunidad Autónoma Canaria. Ha publicado los poemarios Oposiciones a desencuentro (Dauro, 2007), Neverland(Zumaya, 2010), Muros (UNED, 2010, Accésit del XXXI Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”; Segunda edición aumentada con prólogo de Alberto García-Teresa, Playa de Ákaba, 2014), Novela Negra (Devenir, 2013), El Salón Barney.(Antología de poesía española contemporánea en la red, (edición, selección y prólogo), Playa de Ákaba, 2014), Palabra iluminada (Nazarí, 2018), Entonces empezó en viento (Versátiles, 2019) y la edición crítica de Templo Militante. Antología Poética. Bartolomé Cayrasco de Figueroa (Academia del Hispanismo, 2017). En 2019 ha editado una nueva antología de Cayrasco de Figueroa, Templo militante (Antología), en Clásicos Hispánicos. Como ensayista ha publicado Nacer para aprender, volar para vivir. Un acercamiento a la poesía de Begoña Abad (Pregunta Ediciones, 2019) y Contra las profanas y fabulosas poesías. Nuevos acercamientos al Templo Militante, de Bartolomé Cayrasco de Figueroa (Ediciones Idea, 2020). Fue uno de los organizadores, junto a los poetas Ernesto Suárez y Antonio Revert, del primer encuentro Voces del Extremo Tenerife en 2017.
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