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Ediciones El Drago pone a la venta»Naturaleza muerta con langosta» de Carlos Llaza


Hacer con palabras una réplica del mundo: la poesía de Carlos Llaza

Grata sorpresa me ha deparado —dentro del vasto concierto de la poesía peruana de hoy— encontrarme con el trabajo de Carlos Llaza. El joven arequipeño, afincado actualmente en Glasgow, nos presenta su li- bro de poemas denominado —con resonancia surrea- lista en el título ya que no en la escritura del texto—Naturaleza muerta con langosta.

La primera sección del poemario —cuyo nombre alude a unos famosos y enigmáticos versos de T. S. Eliot en La tierra baldía: «There I saw one I knew, and stopped him, crying ‘Stetson! / You who were with me in the ships at Mylae! / That corpse you planted last year in your garden, / Has it begun to sprout? Will it bloom this year?» («Allí vi a uno que yo conocía y lo paré gritando: ‘¡Stetson! / ¡Tú que estuviste conmigo en los barcos de Mylae! / Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, / ¿Ha comenzado a reto- ñar? ¿Florecerá este año?»)— trata de responder a la pregunta que en el texto del gran poeta de la lengua inglesa se queda sin respuesta. De allí que Lo que no dijo Stetson sea el título de la primera parte del libro. De este modo, Carlos Llaza se entronca con la mejor tradición de la vanguardia y el Modernism anglosajón.

Esta primera parte consta de dieciséis poemas que transcurren, en buena medida, en el ámbito de la co- tidianeidad, aunque no se trata de ‘poesía cotidiana’ al uso. La capacidad auto-reflexiva del poeta nos pone en situaciones —cosecha de su rica inventiva verbal— que nos abisman hacia los precipicios de la condición huma- na, ya sea por el camino del humor, la ironía, o el conte- nido —aunque definitivo— horror de vivir. Por ejemplo: «cómo no guardar silencio / si cada vez que nombro un árbol / se pudre el fruto». O: «Si yo creyese que cuerpo / y alma son cosa aparte / mi autorretrato sería / el esque- leto de mi ropa». Hay momentos de excelsa poesía con- seguida por la vía de incrustaciones poundianas (para seguir en la línea anglosajona) e incluso pre-rafaelitas como esta: «Y aunque el ave cayó de golpe como fruta roja / durante el aire más de una pluma / tuvo la gracia de escapar del pecho / para fundirse con la niebla».

En esta dimensión moderna el tono de Llaza, en ciertos pasajes, también se inclina hacia el trazo de raigambre expresionista con imágenes de inquietan- te belleza: «La calle se retuerce ante el silencio / de los gatos y se eriza / con la luna de los huérfanos». Por otro lado, hay un elemento religioso, cuya leve irreve- rencia se resuelve en una compasión profunda por el género humano, no exenta del fulgor irónico: «Por eso, hermanito —y por treinta botellas— te clavamos en esta capilla. / No te vayas a desclavar. / Por fin, está atardeciendo». Dicha compasión alumbra esa perfec- ta pieza titulada ‘El Rey de las Abejas’, sin duda, entre lo más logrado de todo el libro.

La segunda parte del poemario, Lecciones litera- rias, consta de dieciséis (en simetría con la primera sección) textos breves que semejan impactos objeti- vistas e incluso imagistas. De hecho, hay un poema de prosapia poundiana que ostenta las iniciales del ‘mejor artífice’ y reza: «En medio del mar el faro / ca- mina descalzo al desierto». Estos short poems podrían verse como una galería pictórica (concepto poundiano por lo demás, según Hugh Kenner en su esencial The Pound Era) tipificada por observaciones del mundo, a veces de rotundo aliento lírico: «Cuando el invierno de tus ojos / amanezca / descubrirás / que el sol /cubre las rosas / solo para que las veas». Otras veces roza la crítica social o hunde su reflexión en hondonadas metafísicas que se resuelven en humor visual: «No era la muerte / de la nube en la ventana / sino mi aliento».

Mención aparte merece el último poema de la sec- ción, de cuyo título se extrae el de esta segunda parte y cuyos primeros versos anuncian la tercera y última división del libro: «Los poemas son objetos del habla, / se entonan con el cuerpo». Notable definición de la poesía que fusiona teoría semiótica, condición mate- rial y belleza musical. Y por si esto fuera poco, juega con el espacio literario y las variaciones verbales de nuestra geografía: «A la iguana se le dice pacaso, / Cayaltí no siempre fue Comala».

Naturaleza muerta con langosta se cierra con Arte Poética, una exploración sobre la poesía misma. De- bemos decir que, sin duda, aquí están los tres poemas más completos y maduros del libro, lo más logrado del talento del poeta Carlos Llaza. En efecto, su estilo se perfila configurando una cincelada cadencia: «Ebrio de fama y luna, el sol / quiso obligarla a ser su amante / y ella depuso al animal». O el virtuosismo que se tras- luce en esta construcción: «La tosca niebla iridiscente, / la peste llega a nuestra mesa. / Tras dar un salto la serpiente— / frío turbante sin cabeza— / desaparece entre las sombras / como acostumbra la sonrisa». El oficio de poeta se nos describe finalmente como la ta- rea de «reescribir la historia desde cero» y con huido- briano retruécano autodestructivo: «la insaciable an- tropofagia: la voz al revés / como de dios».

Si es cierto que los poetas son seres tocados por los dioses, no es menos cierto que en la contraria circula- ción de nuestra sangre habita una hecatombe, de cuyamateria verbalis [Eielson dixit] germina la poesía. Este magnífico libro de Carlos Llaza es una prueba concre- ta de tal estallido.

Roger Santiváñez

Orillas del río Cooper, New Jersey South, marzo de 2018

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