Jesús Abad, Suso, es un trabajador social idealista y apasionado que, a raíz del 15M, acaba metido en un partido político de nuevo cuño. Se presenta a las elecciones municipales de Alcalá de Henares como miembro de la lista Somos Alcalá, compuesta por otras personas que, como él, aterrizan en el mundo de la política con muy buenas intenciones, pero legas.
Sin embargo, su ilusión comienza a quebrarse la misma noche electoral cuando, tras el éxito que supone conseguir seis concejales, entienden que, si quieren gobernar, estarán obligados a hacerlo de la mano del vencedor de la noche, el PSOE, uno de esos partidos de «la casta» de la que tanto habían renegado durante la campaña.

Mientras ultiman las negociaciones para formar gobierno con los socialistas, reciben la visita precipitada de un recadero de la cúpula de Podemos, para advertirles de que no tolerarán que entren en coalición de gobierno, pues pondrían en peligro la estrategia de partido a medio plazo.

La vida de Suso cambia de un día para otro cuando es investido concejal. A la carga que supone desenvolverse en los tejemanejes de la política local, se suma la pérdida de su abuelo y las cada vez más habituales discusiones con su pareja, que lo acusa de no prestar atención ni tiempo más que a sus nuevas preocupaciones políticas.

Suso y el resto de concejales se topan con la ingrata tarea de tener que elegir a los tres asesores que los acompañarán durante la legislatura, y en pos de la transparencia, que será su mantra y perdición, abren un concurso público y crean un sistema de puntos para asegurar la máxima objetividad. El resultado es que las personas elegidas no actuarán como esperan. Además, algunos compañeros de partido, que albergaban la esperanza de hacerse con alguno de esos puestos, se sentirán gravemente traicionados.

El siguiente paso en falso, dado también en nombre de la transparencia, es la manera en la que deciden gestionar la parte del sueldo a la que renuncian los concejales para dedicarla a temas sociales: se decide convocar un concurso público para repartirlo. Pero el proceso, por más cuidado que ponen, acaba en el punto de mira de la oposición y de la prensa, que los acusa de prevaricación y son llevados a juicio. Aunque tiempo después —justo antes de las siguientes elecciones— la sentencia será absolutoria, el caso irá mermando la credibilidad y la energía de los concejales, que no serán capaces de anticipar las traiciones y confabulaciones que se van a suceder en torno a ellos. A esto se sumarán las enemistades que irán granjeando conforme rechacen dar trato de favor a vecinos y conocidos.

La mayoría de estas personas desaparecen sin más, pero otros, para ganar posiciones en el seno de Podemos, extenderán habladurías y libelos sobre los concejales y se convertirán en peones útiles para quienes de verdad ostentan el poder en las altas esferas del partido, que en el ínterin dirimen su propia batalla de clanes…