Tuve una infancia maravillosa, tan rica, tan colorida, tan fragante, y a veces también turbulenta, atrapada entre las tradiciones occidentales y senegalesas. Nacida en una familia mestiza, soy hija de herencia mestiza, moldeada por la cultura, por el color de mi piel, por la forma en que los demás me ven, con sus privilegios y sus penas.
Escribí este libro, una forma de terapia escrita, como tan acertadamente lo expresó mi padre, un gran hombre de letras y filósofo, a quien se lo dedico en su memoria.

Hijo de padre fulani y madre de Saint-Étienne, el tercero de cuatro hermanos, recibí una educación franco-senegalesa en el más bello de los países, la tierra de Teranga, tierra de hospitalidad. Crecí con una inexplicable alegría de vivir, un espíritu libre, una vida llena de risas, rebosante de felicidad. Un niño pleno, que amaba a sus padres y a su familia por encima de todo, sabio y travieso, creando sus propios juguetes, adorando la naturaleza, especialmente los momentos en el campo de Niaga cerca del lago Rose, las salidas de pesca con mi padre, las tardes en el regazo de mi madre y el tiempo compartido con mi inseparable primo, con quien hacía toda clase de travesuras. Las grandes celebraciones organizadas por mi abuelo, las noches en vela escuchando cuentos fulani junto al crepitar del fuego con mi tío de Fouta, aquel gran pastor de voz encantadora, la magia de sus historias que nos cautivaban hasta lo más profundo de nuestra imaginación. Los momentos en Sicap, donde nos reuníamos cincuenta o incluso cien personas frente al televisor, recibiendo toda la atención que mi abuela me prodigaba. También recuerdo las vacaciones de verano en Auvernia, en casa de la abuela Lisette, un lugar mágico, una casa de piedra en medio del campo, junto a un riachuelo; las excursiones para recolectar frutos silvestres, las comidas con mis primos, mi primito con quien disfrutaba corriendo por las laderas cubiertas de hierba. El nacimiento de mi hermano pequeño, seguido de la mudanza, mis hermanos mayores, a quienes admiro profundamente, mis nuevos amigos, todos esos momentos de nuestra vida familiar, antes de que esta persona, que vino de quién sabe dónde, cambiara nuestro destino. La ruptura familiar, nuestra partida hacia un nuevo horizonte, el encuentro con mi amada esposa y la llegada de mis seres queridos. El tan esperado reencuentro, seguido de una profunda sensación de injusticia, donde miramos al cielo preguntándonos por qué; es esta herida la que me impulsó a escribir esta novela y aliviar mi dolor.